APUNTES SOBRE CARTEROS Y CARTERÍAS

POR

PEDRO PASTOR PASTOR

 

El comienzo del servicio de correos se pierde en el túnel de los tiempos. Desde la Edad Media, según nos dice el Diccionario de la Real Academia Española, por razones de seguridad de los caminos, era usual que el destinatario pagara el porte de las cartas, evaluado en función del peso y la distancia. Esta percepción a la llegada entorpecía el reparto de la correspondencia por la facultad concedida al destinatario para rehusar los envíos. Fue en 1563, cuando se liberó al destinatario del pago del porte, de donde proviene el término de "franqueo", mediante la introducción del billete o boleto de "porte pagado" y que constituyó una especie de prefiguración del sello postal, de hechura diferente pero de utilización idéntica.

En España comenzaron a circular plenamente los primeros sellos de correos el 1 de enero de 1850, con la imagen de Isabel II. A partir de entonces ha sido considerable la variación experimentada en sucesivas emisiones hasta hoy, tanto en cuanto a dimensiones, efigies, colores, modelos, como a sus respectivos valores, lo cual ha hecho de ellos un objeto ideal para formar colecciones, lo que antiguamente se denominaba "timbromanía" y que hoy conocemos como "filatelia" , descrita por el Diccionario de la RAE como "Arte o afición de estudiar o coleccionar sellos de correos".

Pero considerando que lo que más pueda interesar al lector de estas líneas es todo aquello que se refiera a la "historia" del servicio de correos en la localidad, nos circunscribiremos a describir el tema de carteros y carterias de Calpe desde hace precisamente ahora un siglo, por contar para ello con fidedignas fuentes, tanto documentales como orales y por haberlo vivido el autor de este artículo en los tres últimos tercios del siglo que ahora finaliza.

Así diremos que el primer cartero local fue Miguel Bordes Ausina, el Tío Miquel del Calvo. Y como prueba fidedigna tenemos la noticia que dio el periódico de Alicante, El Ibero, de fecha 1º de Octubre de 1898, que anunció tal nombramiento con el siguiente texto:

"Por la junta de destinos civiles del Ministerio de la Guerra, ha sido propuesto para la plaza de cartero de Calpe, con el haber anual de 100 pesetas el sargento segundo Miguel Bordes Ausina"

Se sabe igualmente que su primera cartería se hallaba ubicada en la calle Purísima, nº 9 –cuyo edificio pasó a ser Cuartel de Carabineros en 1931 y luego de la Guardia Civil, hasta que la benemérita institución se instaló en el actual Cuartel en 1997-.

El segundo local de la cartería fue la casa nº 4 de la calle Calvario, hoy José Antonio. Ambos inmuebles eran propiedad del citado cartero. Era por lo visto condición "sine qua non", para desempeñar dicho cargo disponer de local para la Oficina de Correos.

 

Al fallecer el Tío Miquel, en la década de los veinte, la plaza pasó a cubrirla el vecino Pedro Sala Rodrigo-Pedro de la Cooperativa-, conociéndosele también como "Pedro el Cartero", pasando la oficina a una pequeña habitación de planta baja de la vivienda nº 7 de la calle de Alfonso XIII. Actualmente Generalísimo, que era propiedad y domicilio de Bautista Ivars Ribes (Batiste el Violí) y de su esposa, la Tía Quica, Francisca Martínez Sala. A la sazón suegros de Pedro. Era esto en 1927 y allí se mantuvo durante casi 20 años. La Tía Quica, por su permanencia continua en la vivienda, entregaba la correspondencia a sus destinatarios cuando el cartero no se hallaba en la Oficina y especialmente a los residentes en el campo, que pasaban por allí a tal fin, mayormente los domingos, con ocasión de venir al pueblo para realizar sus compras en el mercadillo y tiendas locales. En el casillero de la correspondencia había un apartado rotulado "Campo" destinado a los residentes de fuera del casco urbano, que eran muchos y para los que no había repartidor. La Tía Quica era una especie de "empleada permanente".

Esta cartería Rural, última habida en la localidad, causó baja definitivamente en 1946, por la creación de la primera estafeta de Correos con categoría de Administración, que se estableció en la calle de Paternina nº 35, casa de la Tía Magdalena Xocolate,( Magdalena Sala Pérez).

En 1954 pasaron las oficinas de la Administración a la Plaza de Miguel Roselló nº 7 y años más tarde al entresuelo del edificio Cóndor de la Av. de Ifach nº 2, trasladándose en 1986 a su actual emplazamiento de la calle 18 de Julio nº1.

 

Cabe describir que antes de la entrada en servicio del Trenet de la Marina (1915) el transporte de la correspondencia lo realizaba la diligencia, que pasaba por la Venta de la Cañera sobre las tres de la madrugada, en dirección a Alicante procedente de Vergel, hasta cuya localidad era transportado el correo y pasajeros en el tren Valencia- Denia. A las doce de la mañana pasaba por Calpe otra diligencia en sentido contrario. El encargado de recoger y llevar la saca de la correspondencia de Calpe subía para tal fin- andando- a dicho lugar con su bolsa de cuero y una "media de veinte cartas diarias". Disponía, frente a la citada Venta, de una pequeña garita para guarecerse de la lluvia y otras inclemencias del tiempo, mientras esperaba la llegada de la diligencia.

Al entrar en servicio el tren, el penúltimo vagón era exclusivamente para la correspondencia, bajo la responsabilidad del "Ambulante de Correos". Durante la década de los sesenta ya era transportada por carretera en un coche furgón de Correos. Pero, la operación de "intercambio" de correspondencia se realizaba en Calpesa, lugar de entronque del "antiu Camí de la Font" - hoy Avinguda de la Generalitat-con la carretera Alicante-Valencia, donde la Estación de Servicio así denominada. Poco después, el desmesurado aumento de la correspondencia registrado por el incremento poblacional, ha auspiciado que el cambio de entrada y salida se realice en la misma Administración.

Curioso resulta también indicar que, antiguamente, era costumbre que el destinatario de una carta diera al cartero, al recibir la correspondencia, cinco o diez céntimos a título de propina. Esta dádiva era, por supuesto, voluntaria, pero muy generalizada. Obviamente nuestras gentes de entonces eran conocedoras de que los sueldos de estos funcionarios eran sumamente exiguos y así un poco de cada uno, suponía un modesto alivio económico para estos celosos repartidores. ¡Bonito gesto de solidaridad y altruismo!