EL ESTRAPERLO

 Los años de la posguerra española fueron especialmente duros para la población en general, a la represión política había que añadir la escasez y carestía de los alimentos y demás productos de primera necesidad.

 En Diciembre de 1940 la Jefatura Provincial de Alicante manifestaba en su informe "la situación es pavorosa, tenemos toda la provincia sin pan y sin la posibilidad ni la perspectiva de adquirirlo. Aceite hace más de cuatro meses que no se ha racionado, de otros productos no digamos. Prácticamente en la provincia seriamos todos cadáveres si tuviéramos que comer de los racionamientos de la Delegación de Abastos".

 En Calpe la situación era muy similar a la del resto de la provincia, con mejor o peor fortuna la gente arriesgaba lo poco que conseguía para –en el caso de los pescadores-ir a cambiarlo a las poblaciones limítrofes. Principalmente a Altea, Jalón, Benissa, Senija o Teulada. Todas las semanas algunas mujeres capazo sobre la cabeza acudían a cambiar pescado –fresco o seco- por verduras a la Olla de Altea. A Senija por alubias o arroz. A Pinos por carne.

 Ante la escasez de lentejas y otras legumbres se llegó a utilizar algarrobas en vinagre para que no criaran gorgojos y así comerlas como lentejas.

 Un pan blanco costaba 25 pesetas cuando el jornal de cualquier trabajador calpino estaba en las 7 pesetas diarias. Hubo una temporada en que el pan que traían-pan de centeno, oscuro y casi siempre duro-parecía hecho con aserrín. Este pan costaba unas 7 pesetas.

 El trenet era otro medio para desplazarse a mayores distancias. Mucha gente lo utilizaba a pesar del riesgo que entrañaba, la Guardia Civil normalmente se encontraba en las estaciones y confiscaba todos los productos que con tan gran sacrificio se habían adquirido en otros lugares.

 Muchas personas arrojaban los sacos con lo comprado por las ventanillas del tren antes de llagar a la estación por temor a perder lo comprado. Era muy común-sobre todo en invierno que se lleva más ropa-el coser debajo de los vestidos o en los forros de los abrigos bolsas donde esconder el arroz, las legumbres o el azúcar y así burlar los controles. Hubo uno hasta bien avanzada la década de los 50 entre los dos túneles del Mascarat. Se dio el caso de que alguna esposa de Guardia Civil vendía parte de los productos aprendidos a personas de su máxima confianza.

 Cuando se sabía de la visita de los funcionarios de la Fiscalia, rápidamente se corría la voz y las pocas tiendas existentes en la localidad escondían todo lo considerado ilegal para que no les fuera requisado.

 Algunos agricultores tenían una situación más holgada sobre todo los aparceros de las grandes fincas en las que había una diversidad de cosechas, almendras, pasas, verduras, algarrobas etc. Aunque sí tenían la dificultad para ir a los molinos a moler el grano. La mayoría de esta zona lo hacía al molino de Benimusa en la Olla de Altea, muchas veces se veían obligados a esconder las caballerías con la carga dentro de los cañares del río hasta que anochecía y así poder acceder al molino que trabajaba sólo de noche, ya que durante el día corría poco agua por el río al ser usada por los regantes.

 Los carreteros que venían a cargar sal a las salinas, varios de ellos beniseros, como Batiste Xerra, Toni Saflà o Toni Escortell y que solían repartir por las comarcas de la Safor y la Ribera cuando podían traían de regreso patatas, boniatos, legumbres y  algo de arroz.

 Aquí se dio el caso curioso de que al estar la salina calpina incluida dentro del sector minero los trabajadores (7) tenían derecho a suministro propio y a tal fin había un almacén con harina, aceite, azúcar, legumbres y tocino que el propietario Antonio Buigues Vives tenía bajo llave y que repartía mensualmente entre los trabajadores proporcionalmente según la familia y que era ciertamente flexible por parte del propietario. Naturalmente descontándoseles del sueldo. Se puede decir que su esposa Isabel repartía pan a todas las personas pobres que solían ir al puerto a pedir pescado.

 Aunque no hay noticia que sucediera en Calpe, si que en otros lugares con todavía menos medios, la ingestión de alimentos en malas condiciones y de productos que hasta entonces sólo se habían utilizado para la alimentación del ganado como las algarrobas o las pieles de patata, propició el aumento de enfermedades, como la tuberculosis, para la que no había medicamentos.

 Finalmente podríamos decir que a pesar de las buenas intenciones de la Delegación de Abastos y de las disposiciones del Decreto y en las que sé previa que la ración diaria de un adulto era de 400 gramos de pan, 250 gramos de patatas, 100 gramos de legumbres secas (arroz, lentejas, garbanzos o judías), 5 decilitros de aceite, 10 gramos de café, 30 gramos de azúcar, 125 gramos de carne, 25 gramos de tocino, 75 gramos de bacalao y 200 gramos de pescado fresco, nunca se pudieron cumplir por parte del gobierno del general Franco y que el hambre llegó a causar estragos por los campos y tierras de España.

Andrés Ortolá Tomás