LAS PARTIDAS DE PELOTA EN CALP


Son muchos los calpinos nacidos en los años 1940/50 que tenían como único entretenimiento, en los Domingo o en días festivos, el juego de la pelota en las diferentes calles de Calp. ¿Quién no ha jugado en las calles de nuestra villa al raspall? Especialmente los domingos, mientras esperábamos que llegara la hora de la sesión del Cine Alhambra en la calle de la Purísima: nos poníamos de acuerdo varios jóvenes y en cualquier calle nos enfrentábamos persiguiendo la pelota y raspando el suelo para mantenerla en juego; normalmente usábamos pelotas de pell, de color más claro, más grandes y relativamente blandas. Las de vaqueta eran muy caras y bastante duras, usadas especialmente por los profesionales.

Aunque el juego de pelota se jugaba, mayormente en la calles de nuestra villa no podemos olvidar las partidas del Corralet en Oltá, donde los vecinos aprovechaban el callejón que había entre las casas y que tenemos una muestra de la mano de Elías Urbes y las de la partida de la Cometa que nos comentó Antonio Tur Pineda hace años: Al volver a casa, recordé que en la plaza de las Casas de Torrat, se jugaba a este deporte y los “pelotaris” eran los mismos vecinos los que jugaban como pasatiempo de las tardes domingueras. También venían de Calp y otros lugares. De los que no jugaban, unos se encargaban de marcar con una raya y colocar las fichas 1 y 2 y cantar el juego. Otros buscaban las pelotas por los tejados o bancales detrás de las casas. La gente que no jugaba, mientras esperaban, se sentaban en el Cup delante de la casa de Vicente Torrat o la parte donde estaba el marxador , comentando el juego y hablando del trabajo.
En todas las casas había miembros jugadores: de casa Águeda estaban los hermanos Pepe y Pere, de casa Bernat de la Viuda, destacaba Pepe, de casa Salvador, los dos hermanos. También venían los hermanos Ripoll de la Empedrola, la familia Salvadora del Carrió. Pepe Serpentí, Barriaca y bastantes personas más. Como recuerdo anecdótico
y repasando mis cuadernos escolares, encontramos una redacción fechada el día 25/02/1950, que dice textualmente: “cuando llegué de Calpe, me fui a la Cometa y poco después de comer fuimos a donde juegan a la pelota y estuve toda la tarde”.


El Corralet en Oltá y vista aérea del caserio de la Cometa

De la Cometa tenemos otro testimonio escrito en 1984 de la mano de Bernat Banyuls Crespo “Tì Bernat” venerable anciano que nos cuenta: A principios del siglo, allá por los años 1910 y 1913, los domingos y demás fiestas lo pasábamos bastante bien, aunque, claro está, muy diferente a los de hoy día. Los bailes por aquellos tiempos eran del tipo «suelto». Tiempo después empezaron a ponerse de moda los «agarrados» pero con mucha vigilancia. Las madres y padres de aquellos tiempos no comprendían muy bien que las chicas fuesen a los bailes y quizás, sería por miedo a los agarrados. La música se hacía gracias a unos cuantos chicos que tocaban algún instrumento y qué decir tiene, estaban muy solicitados. Los más famosos que recuerdo de aquellos tiempos eran mi tío «Juan del Pi» y Félix «de la Cometa». A veces también conseguíamos que viniesen algunos aficionados de fuera. Había también, por aquellos tiempos, un deporte rey. Desde luego no era el fútbol. Era el juego de la pelota. El «raspot» o modalidades similares. 
Los más famosos jugadores de pelota que yo recuerdo siendo todavía un niño se llamaban Vicente Tur Ripoll, Juan Bañuls Tur, Félix de la Cometa... Entre todos los vecinos arreglábamos las partidas y la apuesta típica de aquellos tiempos era de una peseta. A veces se preparaban grandes partidas por lo que el valor subía a cinco reales. La siguiente generación que yo recuerde la formaban Jaumet de
la Cometa, los hermanos Tur, Bernat de la viuda, mi hijo Pepe y varios más. Todos estos últimos nos jugábamos la bonita suma de tres pesetas y no se rían ustedes que era prácticamente el jornal de un día de Trabajo.
Como digo yo, eran otros tiempos.

Plano de la villa de 1745 en el que con la letra F está marcado un trinquete-En la otra imagen, el lugar cuya denominación ha llegado hasta nuestros días.

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A este respecto queremos poner en valor el artículo sobre la pelota valenciana escrito por el cronista Pedro Pastor Pastor en su obra Calpe, Gentes y Hechos publicado en 1994 y que nos narra una época perdida en el tiempo: El trabajo de Pastor hoy sería imposible de realizar al haber desaparecido todos los testimonios.

Si nos remontamos unos 70/80 años atrás, hemos de asegurar que los espectáculos deportivos mayoritarios sin duda alguna eran “les partides de pilota” -partidas de pelota- que tenían lugar en Calpe al igual que en la mayoría de los pueblos de la región valenciana, pero no al raspot o raspall, sino l'aire. Y aunque someramente, se describe a continuación un detalle de este juego.

Existían varias modalidades de saque, aunque las que privaban eran traure de palma, y de bragueta. Ya de menos importancia eran la perxa esquerre, de bò y mandró y más remotamente, a la banca que consistía en rebotar la pelota sobre una mesa antes de lanzarla.

Un gran gentío acudía a presenciar aquellas famosas partidas, disputadas generalmente en domingo por la tarde o festivos, aunque es cierto que también se celebraban de vez en cuando en un día laborable si la importancia de la contienda lo requería. Y no solamente eran presenciadas por hombres. Existía gran número de mujeres a las que les encantaba el espectáculo, que, a decir verdad, era maravilloso.

Los dos sistemas o modalidades de más importancia se jugaban generalmente en la calle Mayor, y en el “Carrer de Baix”,- San José- y algunas otras veces, aunque menos, en la de la Ermita, del Mar y del Calvario, hoy José Antonio: la gente se colocaba en las aceras o portales de determinadas zonas, siempre atenta a las jugada, no sólo por gozar de ver la destreza y la técnica de aquellos hombres en este deporte, sino también para evitar alguna pilotá, por lo dañoso y hasta peligroso que resultaba algunas veces.

Han existido en Calpe algunos “ pilotaris” de prestigio, de los que se citan algunos de los que se consideraron más populares, no solamente en la localidad, sino también entre los pueblos de nuestro entorno comarcal, entre los años del primer tercio de nuestro siglo (XX) “Toni el Sargento”-Antonio Ferrer Crespo-, “Sinto Quicales” -Jacinto Santacreu Moragues-,”El Bollo”-Bautista Catalá Ortolá-, “Toni Sendra”-Antonio Mulet Ferrer-, “El Puchero”-José Santana Barber- y más remotamente, “Paco Xocolate”-Francisco Ferrer Perles-, “Joan del Conill”-Juan Martí-,”Tomás de Alcalalí”-Tomás Mestre-,”El pintat de la Tura”, cuyos nombre y apellidos no ha sido posible averiguar, y “Toni Estrela”- Antonio Mulet Barber-. Igualmente fueron bastante famosos en la década del cuarenta, Ramón de Roca-Ramón Perles Ivars-y Vicentet del Calvo-Vicente Bordes Pastor-. Y entre los que sucedieron a estos “ases” debemos destacar a Casanova -José Pineda Solivelles-.



Grandes pelotaris de Calp y forasteros con el alcalde Antonio García Sapena

Cuando los encuentros importantes tenían lugar en la calle Mayor- lo más corriente-, el saque “de palma” o “bragueta”, se realizaba desde casi el comienzo de la misma, por su parte interior, o sea, lindante con la del Stmo, Cristo, y como eran tres y hasta cuatro jugadores por bando, el último de la parte contraria o del resto, se situaba casi al final de la parte opuesta de la mencionada calle, lindante con la plaza de Beltrán. La pelota la desplazaban estos hombres del saque a increíble distancia y velocidad. Conviene destacar que como dicha calle es algo curva, la bola atravesaba por el aire la casa de la Tì Antonia, situada en el centro de aquella, yendo a parar al final de la calle.

Cuando el desafío tenía como base únicamente el amor propio y noble exhibición de los contendientes, que es cuando se veía su máximo esfuerzo y ética deportiva, estas competiciones resultaban un maravilloso espectáculo, pero si existían -afortunadamente en este pueblo no solía ocurrir-, intereses de terceros que incidían en dicho amor propio y deportividad de los protagonistas y por tanto en el resultado lógico de la partida, ésta disminuía el interés para el espectador. Podía ocurrir lo que se llamaba fer la pala, hoy en día “tongo” o trampa. Este fenómeno se daba con más frecuencia en los trinquetes y partidas de feria.

En algunas de las importantes partidas que tenían lugar en aquellos tiempos, formaban parte, mezclados con los calpinos, algunos jugadores de otros pueblos de la comarca, todos ellos bastante famosos. Existían algunos intermediarios que se ocupaban de organizar estas lides.

Importante partida de pelota en la antigua calle del Mar y un momento de otra partida en el mismo lugar

Las pelotas que entonces se usaban eran de dos clases: les pilotes de vaqueta fabricadas a base de piel de ternera, a mano, de color negro o muy oscuro, y les de pell, de color más claro, más grandes y relativamente blandas. Estos hombres usaban guantes adecuados para ello, del mismo material, a fin de evitar molestas y hasta dolorosas hinchazones en la palma de la mano.
Sobre la mitad de lo largo del terreno de juego aproximadamente, se trazaba una raya en el suelo, atravesando la calzada, que se denominaba “falta”. Y en uno de los extremos de dicha línea se colocaba el home bò- hombre bueno- de la partida. Era el que cantaba en alta voz si la jugada era buena o mala, en cuanto si el bote de la pelota al saque había o no traspasado la mencionada línea de la “falta”. En este último supuesto era quince para el resto. Y si en alguna ocasión-raras veces-, tenía dudas para actuar sobre ello, consultaba con el público en alta voz: “Cavallers, ¿falta o bona?”. Y los jugadores aceptaban el veredicto del público. Anecdóticamente procede indicar que una mujer que habitaba en la calle Mayor, muy cerca del lugar del saque, solía contemplar las partidas y al ser consultada sobre el particular, ella emitía su juicio diciendo “falta!”, o “bona!”, y todo el mundo a callar. Era la Tì Vicenta Bernarda.

En las partidas fuertes, al entrar los jugadores al terreno de juego, iban vestidos con pantalón y camiseta color blancos, distinguiéndose únicamente unos de otros por la faja que llevaban enrollada sobre la cintura, que de unos era roja y de los otros azul. Estos colores solían utilizarse para las apuestas que el marxador cantaba entre el público: “ Als blaus o als rotjos”. Aunque también solían cantar las apuestas diciendo: “Al saque o al resto”.

La duración de una partida, era a priori, en función del número de jocs que se pactaban: 5, 6, 7 o más. Los puntos se denominaban- y aún siguen denominándose- quinçe, trenta y val – equivalente a cuarenta en otras zonas y en el tenis-, y joc. Cuando se igualaba a val, o a dos y para terminar el joc, se precisaba ganar dos puntos o quinces seguidos: Val i joc.



Calle Mayor en 1920                                                                                     Calle de la Ermita en 1960

Generalmente en principio se pactaba a muntar i baixar- subir y bajar-, de tal forma que cuando se igualaba a jocs, se volvía a comenzar como si se dejasen sin efecto los ganados por unos y otros. Y si se prolongaba mucho la partida, se podía acordar al llegar a otro empate, “a morir”, o sea, a terminar la partida sin alargarla más. En algunas ocasiones se empataba tantas veces que, si no se pactaba esta última determinación, había que suspender el desafío y prorrogarlo para otro día.

El inicio de cada juego se realizaba diciendo el primer jugador del bando que hacía el resto: Trau a lo que el saque respondía Va de bò, y lanzaba la pelota. Si el jugador que realizaba el saque era habilidoso y enviaba la pelota con extraordinaria fuerza, se decía que tenía media partida ganada. Y aquí en Calpe, entre los años cuarenta al sesenta, existía un saque extraordinario, que tenía fama no solo local, sino en los pueblos de la comarca. Era Batiste el Bollo- Bautista Catalá.

Para cada partida existía forzosamente un marxador, dedicado a llevar la cuenta de la contienda y a colocar o quitar en su momento las ruedas de madera con que se señalaban les ratlles de la falta, que siempre eran como máximo dos. Y en las partidas importantes era auxiliado por otro marxador que se encargaba de las apuestas que jugaban los espectadores a favor de unos u otros. Lo que generalmente se conocía por travesses.

Acaso, o casi seguro, que esta narración contenga algo o mucho de apasionamiento hacía estos recuerdos, pero no es menos cierto que todos aquellos que pasaron la barrera del medio siglo de vida, han de experimentar cierta nostalgia de aquellos tiempos en lo que concierne a estas costumbres pueblerinas, verdaderamente maravillosas.

De la partida de la Cometa tenemos el testimonio de Bernat Banyuls i Sala en su obra La festa de fogueres a la Cometa de Calp.

La pilota valenciana a les Cases de Torrat


Como estamos relatando en este capítulo, la pelota valenciana era la actividad deportiva reina en nuestra comarca y también en la ciudad. Por tanto, y como no, en la partida de la Cometa. En las casas de Torrat no había domingo ni festivo que no se disputaron trepidantes partidas en la plaza. Intervenían los más jóvenes y veteranos que, aún en avanzada edad, seguían participando en las diferentes partidas que se arreglaban. Junto a ellos, la parte femenina del caserío les acompañaba con entretenidos comentarios mientras seguían las partidas. Ellas, desgraciadamente, todavía no habían traspasado el techo deportivo de esta modalidad y por tanto, acompañaban a las partidas entreteniendo el tiempo con los típicos juegos de mesa y el intercambio de las «últimas novedades» acaecidas en la pequeña sociedad rural. A los más jóvenes, aunque no nos dejaban meter mano, seguíamos (a nuestro modo) las vicisitudes del juego ayudando o entorpeciendo como acostumbra toda buena chiquillería. Nos resultaba, eso sí, bastante complicado conocer con detalle el reglamento. La tarea consistía en mover «rayas», entregar pelotas o, quizás lo más divertido, recogerlas o recuperarlas de los lugares más lejanos o inverosímiles. La chiquilleria tenía muy bien controlados algunos jugadores ( que sabiendo la potencia de sus brazos nos hacían correr a la búsqueda de las pelotas perdidas). Algunos de ellos, creíamos con mala fe, eran especialistas en dirigirlas a las chumberas, eras de alrededor o bancales y ríuraus lejanos. Pero antes de entrar en más detalles o anécdotas, mejor será que los describa cómo era la plaza de los Torrats donde se desarrollaban las partidas.



La casa Águeda y su plazoleta                                                                              La Cometa, su ermita y el riurau

Ésta era muy irregular. Pequeña y con ligera pendiente. Resulta casi imposible poder hacerse a la idea de que allí se disputaran memorables partidas. Pero así era hasta las últimas décadas del siglo veinte.

Me gustaría avanzar que hoy en día resulta muy difícil (hasta para mí) hacerse una idea de cómo era el sitio de juego.

Veré a continuación si puedo describirles la situación con cierta claridad. Imaginemos que la plaza es rectangular. Tendrá dos lados cortos (arriba y abajo) nombrados «rebotes» y dos laterales largos (derecha e izquierda) llamados murallas. En la parte de «arriba (o«dau») tenemos la masía de los Águeda con la gran portalada de entrada así como el pozo y unas pequeñas ventanas. A un lado, un gran pino (que sigue en la actualidad) ya la izquierda, el cup de pisar uva (desaparecido). La puerta de la masía siempre permanecía abierta y en el interior, algunas mujeres disfrutaban de las partidas o los hombres que no jugaban seguían las incidencias a resguardo. En la misma puerta solía colocarse un jugador (generalmente mayor) y éste solía ser, muchas veces, el tío Pepe Águeda que, con su estatura, cubría perfectamente «la portería».

A la izquierda de la casa estaba el lagar, que era el lugar preferido de muchos para seguir el juego. Parecía como un palco o tribuna. Los más pequeños jugábamos en su interior resbalando por la pendiente donde se volcaban las uvas para ser pisadas. Allí estábamos protegidos de los pelotazos.

A la derecha de la masía teníamos y tenemos. La era de los Torrat. Lugar de privilegio para seguir las vicisitudes del juego porque su desnivel sobre la plaza permitía seguirlo en toda la amplitud, evitar algunos pelotazos y seguir de un vistazo la dirección de muchas de ellas, que eran, seguidamente, perseguidas por los chiquillos. Esta altitud era muy útil también para controlar las pelotas que quedaban “colgadas” en alguno de los tejados de las casas.

Aún hoy subsiste, como curiosidad, bajo los márgenes de la era, un pequeño vacío donde los chicos depositaban las pelotas de vaqueta que iban recuperando y que utilizaban después los jugadores que ofrecían el «servicio».
Como en todo juego, es necesario «marcar un gol» o «anotarse un punto». El punto se llama «quince» y en la Cometa, para conseguirlo, había que colocar la pelota en el “cup”, en la ventana pequeña de la masía o “entrarla” en la portada de la casa. Fuera de estas situaciones, entraban en liza las rayas, que iban marcando el campo de cada equipo hasta forzar que alguno de ellos no pudiera devolver la pelota.

Extracto de la narración que nos ofrece Bernat Banyuls en su obra.


Andrés Ortolá Tomás

Calp Enero de 2025