LA CATÁSTROFE DEL TRASATLÁNTICO SIRIO

VISTA POR LA PRENSA

 

(El Mediterráneo  de Cartagena. 6 de agosto de1906.)

  Cerca  de la hermosa playa de Cabo de Palos,  deliciosa estación veraniega, tan visitada por  los cartageneros, ocurrió el pasado sábado un horrible catástrofe marítima, de tan grandísima importancia, que quizás no se registre en nuestra nación un suceso análogo, desde  muchísimo tiempo. Un magnífico trasatlántico italiano, perteneciente a la compañía de mas renombre y prestigio en Italia, se fue a pique en los bajos llamados de las Hormigas, bajos traidores que tienen para los marinos siniestra recordación, por los muchos desgraciados naufragios que en ellos han acaecido, ninguno tan horrible, tan espantoso, como el que hoy vamos a reseñar, tristemente impresionados por las aterradoras proporciones de la catástrofe, que ha sumido en el mayor desconsuelo mas de trescientas familias que en estos momentos lloran amargamente las irreparables perdidas de los seres queridos, que víctimas de la imprevisión y de la desgracia, duermen en eterno sueño en el fondo del mar. Próximamente a las cuatro y cinco de la tarde del sábado, navegaba el vapor Sirio, perteneciente a la Compañía General de Navegación Italiana, en demanda del puerto de Cádiz, donde debía completar el pasaje  y zarpar con rumbo a Brasil. Procedía de Génova, en cuya capital había tomado 620 pasajeros y  había hecho escala en Barcelona, recibiendo a  bordo unos 75 pasajeros más, que con los 127  hombres de su tripulación había un total de 822 personas, en su mayoría mujeres y niños de corta edad. Al cruzar por delante de los bajos de las Hormigas, conocidísimos para los marinos por figurar en todas las cartas de navegación y estar además señalados por un faro, llamado también faro de Las Hormigas, embistió en las piedras que los forman, yéndose a pique el buque rapidísimamente. El pánico que se apoderó de los de a bordo no es para describirlo. Los gritos de dolor, las imprecaciones, las voces angustiadas que pedían socorro, se confundían con el ruido estridente de la embarcación naufraga, que tambaleándose entre los escollos en que estaba sujeta, se tumbó de babor, no presentando a la superficie más que la parte de proa, viéndose también el puente y las dos chimeneas.  

Algunas victimas del naufragio

El naufragio fue presenciado por varios buques mercantes, los cuales, triste es decirlo, contemplaron impávidos aquel horrible espectáculo sin enviar auxilios a aquellos desgraciados. Tan incalificable conducta, contrastó con la observada por el patrón y tripulantes del pailebote Joven Miguel, de la matricula de Cabo de Palos, y que regresaba de Denia (Valencia). Inmediatamente hizo rumbo al lugar dela catástrofe y, no obstante la mucha mar que dificultaba extraordinariamente la maniobra, llegó muy cerca del buque naufrago, arrastrando infinidad de náufragos y salvando de las garras de la muerte seiscientos náufragos encerrando a la mitad de ellos en la bodega y teniendo necesidad de sacar un revolver para imponerse y evitar el hundimiento del pailebote que sufrió averías de mucha consideración. Parte eficacísima en el salvamento tomaron también el laúd Vicenta Llicano, dela matrícula de Ibiza, que recogió bordo unos 94, la barca de pesca El Cristo, de la que es patrón el viejo marino José Salas Martínez (Tío Potro), que salvó a 65, los cuales condujo a la isla de las Hormigas, otro laúd patroneado por Manuel Ruda, salva a 8 y transportó 7 cadáveres, el bote de pesca Virgen de los Ángeles, de Pedro Llorca, condujo tres náufragos desde la isla de las Hormigas Cabo de Palos, el laúd Joven Vicente de Bautista Buigues salvó trece, y algunas otras embarcaciones cuyo nombre no recordamos, lograron extraer con vida del mar a numerosos náufragos. Vicente Buigues Hemos de hacer mención por separado, de este bravo marino, que con grave riesgo de su propia vida y dejándose llevar de sus humanitarios sentimientos, no vaciló en prestar auxilio los que perecían en titánica lucha con el mar, sin importarle nada las averías de su pailebote, que amenazaba sepultar en las aguas a aquellos valientes y generosos salvadores, que con un heroísmo grande, no descansaron un momento en su hermosa y caritativa obra, siendo acreedores, no solo la gratitud eterna de cuantos arrebataron a la muerte, sino también los elogios de todas las personas de buen corazón y de nobles sentimientos. Vicente Buhigues, luchando con el levante que reinaba y con los escasos medios de que disponía, y salvando de perecer ahogados tantos desgraciados, se ha hecho merecedor de cuantos plácemes se le tributen en la seguridad de que nunca serán bastantes, para alabar su heroica acción. 

Pintura del Sirio embarrancado

En Cabo de Palos, las muchas personas que actualmente veranean, en esta encantadora playa, presenciaron el naufragio del Sirio, preparando inmediatamente auxilio y dando aviso telefónico esta ciudad. Los náufragos llegaron a la playa de Cabo de Palos, completamente desnudos y en un estado de abatimiento y postración que producía una impresión dolorosa. Apenas ponían el pie en tierra ya los veraneantes, se los disputaban, alojándolos en sus propias casas y repartiéndoles ropas y víveres. Entre las muchísimas personas que se distinguieron en esta obra caritativa, figura el ex ministro Excmo. Sr. D. Juan de la Cierva, el Juez Municipal de La Unión en funciones de instrucción don Enrique Díaz Arroniz, y los señores don Jacinto Conesa, don Juan Julián, don Juan y don José Oliva, don Ponciano Maestre, don Vicente Díaz Arroniz, don Juan Sole, don Francisco Sánchez Olmos, don Antonio Zapata, don Tomas Asensio Galbán, farmacéutico de La Unión, que prestó grandes servicios, con el botiquín que tiene en esta playa, don Gregorio Carvajal, don Lucas Urrea, don Jerónimo Ruiz y Don Antonio Clemares Valero.

Las víctimas es totalmente imposible, a la hora que escribimos estas líneas, saber con certeza el número completo de las víctimas de esta tremenda catástrofe. Sin embargo, por los que se han salvado, pueden calcularse las víctimas en unas 300, contándose entre ellos el Obispo de San Pablo del Brasil, Barros, y la aplaudida tiple Lola Milanés, conocida de este público, pues había actuado en nuestro Teatro Circo, hace tres años, en la temporada de invierno. En Cabo de Palos han sido recogidos ocho cadáveres, uno de ellos el de una preciosa niña de rubios cabellos y rostro bellísimo, que conmovió a cuantos la vieron. Los que se han salvado son muchos, en esta ciudad se encuentran unos cuatrocientos, que se alojan en el Teatro Circo y en todas las fondas y posadas por la del Consulado italiano. Entre los salvados, están el Arzobispo de Para (Brasil) Monseñor Marcondes; el Cónsul austriaco en Río Janeiro, don Leopoldo Politzer, que ha perdido veintisiete mil francos; el maestro director de ópera, Mr.Eberna; el tenor Maristany y su hermana; el maestro Hermoso, director de la banda del Hospicio de Madrid y el médico italiano Franza.

Relato de un testigo a la llegada Cabo de Palos, de los expedicionarios de esta ciudad, tuvimos ocasión de hablar con una persona de las que presenciaron el naufragio. He aquí lo más esencial de sus manifestaciones:

A las cuatro y cinco de la tarde, del sábado, fuimos alarmados todos los veraneantes, por el silbato de un vapor que pedía auxilio. Nos marchamos a la playa, desde donde divisamos perfectamente al SO. de la isla de las Hormigas y poco más de una milla de la misma, un buque de alto porte, sumergido por la popa y dejando al exterior la proa y chimeneas. En un bote nos trasladamos al lugar de la catástrofe, contemplando de cerca el horrible suceso. Junto al buque náufrago se encontraba el pailebote  Joven Miguel el cual se había amarrado la banda de babor y unos quince metros del mismo, trabajando su tripulación sin descanso, y consiguiendo sacar con vida a seiscientos náufragos, gracias a su auxilio casi providencial, no han perecido todos los pasajeros del  Sirio pues aquí no se disponía de medios ningunos y además el levante era bastante fuerte. Alrededor del buque náufrago, flotaban infinidad de cadáveres, muebles, y ropas destruidas en las horribles agonías sufridas por aquellos desdichados. En un pequeño bote, combatido tenazmente por las alborotadas olas, don Jacinto Conesa, el popular ex alcalde de La Unión, se multiplicaba pora tender todos los que pedían auxilio, no cesando un momento en su heroica empresa y sacando a flote varias mujeres y niños que se ahogaban. En nuestro barco, recogimos ocho cadáveres y doce supervivientes, los cuales ofrecían un lamentable aspecto, y no cesaban de llorar, pidiendo gritos que les dejásemos buscar las personas de su familia, cuya suerte ignoraban. El cuadro aquel era tristísimo y nos emocionó en extremo, no pudiendo impedir que las lágrimas se agolpasen en nuestros ojos.

 

EL ECO de Cartagena. 6 de agosto de 1906

  La tarde del 4 de agosto el Sirio se aproximaba  a las costas de Cabo de Palos  navegando a toda máquina con el objetivo de ganar tiempo. La mar estaba calma, la brisa dócil, y el sol comenzaba a flaquear a estribor del buque. Los pasajeros  descansaban -plácidamente los menos, molestos en el hacinamiento los que más- en sus camarotes, durmiendo, escribiendo o leyendo -aquellos-, charlando acerca de mil historias o soñándolas, -los otros-. A las cuatro unos y otros escucharon un  fortísimo - aunque, según las crónicas, seco-rasponazo producido por el vientre de hierro del barco. Después de una violenta sacudida, el trasatlántico quedó varado entre las rocas del bajo que hay en las Islas Hormigas, a menos de  tres millas de distancia de la costa de Cabo de Palos.

Tras el impacto, muchos pasajeros se vieron en el suelo del buque sin tener apenas conciencia de lo sucedido. El pánico comenzó a apoderarse de los viajeros, en general desconocedores del mar y en ningún caso instruidos para una situación de emergencia.  

El Sirio al día siguiente de la tragedia.

Primero fue un golpe seco que levantó la proa del buque  y la hizo salir del agua. Luego fue un gran chirrido, un estruendo ensordecedor ocasionado por las planchas del fondo que se abrían y retorcían contra  la superficie de la piedra del Seco de Fuera. En la sala de máquinas y cuartos de calderas el personal de guardia no tuvo la menor opción de salvarse. Murieron aplastados por las planchas del fondo que se abrían a sus pies y la tromba de agua que entraba a toda velocidad. Durante unos segundos el Sirio quedó completamente frenado, inmóvil en un equilibrio inestable sobre las aristas de la piedra en la que había embarrancado. La mayor parte de los pasajeros cayó al suelo debido a la colisión. Algunos gritos de sorpresa, al principio, rompieron el silencio que siguió al brutal choque. Se oía crujir la estructura del buque. De algún lugar en las entrañas del Sirio  brotaban chorros de vapor de agua que afloraban por varias grietas aparecidas en las cubiertas de popa. Y entonces sobrevino la explosión. Las  calderas del trasatlántico italiano estallaron destrozando las cubiertas de pasaje sobre ellas ubicadas y sembrando la muerte entre los  emigrantes.

En escasos cuatro minutos, un tercio del buque quedó completamente sumergido en las aguas por su popa. Aprovechando el revuelo general, el capitán Piccone y sus oficiales - únicamente el segundo piloto permaneció en la nave hasta el final- fueron los primeros en abandonar el Sirio, en un bote salvavidas, dejando a los pasajeros del vapor abandonados a su suerte. Algunos miembros de la tripulación de despojaron de sus uniformes para confundirse con el pasaje y salvarse más fácilmente o evitar un posterior reclamo de la justicia.

Intentaron los viajeros ponerse a salvo pero, al no tener a nadie que organizara la maniobra, les dio por correr como locos por todo lo largo y ancho del buque, apresados por la confusión y el terror. Muchos de los que se encontraban en cubierta quedaron atrapados por los toldos que les protegían del sol. Sollozaban los niños, gritaban las mujeres, maldecían los hombres y oraban los clérigos, pero todos intentaban huir de la fatalidad sin éxito.

A bordo del buque iban dos obispos, algunas monjas y varios frailes carmelitas. Cuando se desencadenó la catástrofe, uno de los obispos comenzó a bendecir a los pasajeros que encontraba a su paso, mientras los demás religiosos, hincados de rodillas en el suelo del barco, suplicaban a Dios piedad y socorro. Cuando el clérigo se encontraba bendiciendo a una desconsolada viajera que hubo de salir a medio vestir, el agua comenzó a inundar aquella zona del barco y los pasajeros se iban lanzando al agua como podían: unos con salvavidas, otros sin él. Llegó el turno del obispo y se dispuso éste a arrojarse al agua ayudado por una cuerda y un salvavidas que pudo colocarse cuando, por un movimiento del barco o quizá por una vía de agua, saltó el obispo hacia una parte y el salvavidas para el lado contrario, que no fue otro que a las manos de un pasajero argentino que, al no saber nadar, se las daba ya por muerto. Contó horas más tarde uno de los supervivientes del naufragio que, en aquellos momentos de terrible apuro, observó a un joven fraile que mientras se agarraba con una mano a una cuerda del vapor -"y llegábale el agua hasta el cuello"-, bendecía con la otra a cada uno de los náufragos que, ante sus ojos, desaparecían bajo el mar. Al cabo, cuando uno de los botes pesqueros que participaron en el salvamento se acercó hasta ese lugar e invitó al carmelita a subir, éste se negó objetando: "Más allá, agarrada a una tabla, se ahoga una pobre mujer con un niñito en brazos. Salvadla a ella, que yo aún puedo nadar un poco más ". Entre los pasajeros del Sirio se encontraba una joven pareja italiana de recién casados. Aquella tarde habían estado en su camarote y acababan de subir a cubierta cuando notaron "como un golpe seco y profundo" al tiempo que una fuerte sacudida daba con ellos en el suelo. Entre el desconcierto que siguió al embarrancamiento del barco vieron, entre otras escenas, a un hombre que, ajeno a las idas y venidas, a los gritos y a las carreras de los demás pasajeros, sacaba tranquilamente su revólver y se disparaba un tiro en la sien. En ese momento, al ver que una barca se acercaba hasta el arruinado vapor, la joven pareja se arrojó al agua. Junto a ella flotaban varios cadáveres de mujeres, hombres y niños. La esposa, llamada Brígida Morelli, consiguió agarrarse a uno de los cabos lanzados por la barca, pero no volvió a saber nada de su marido.

Viajaban aquella tarde de agosto en el Sirio varios artistas de renombre en la época: los directores de orquesta, maestros Eberna y Hermoso, el tenor italiano de ópera Maristani -estos tres sobrevivieron al naufragio-, o la popular tiple cómica Lola Milanés. En el momento del choque se encontraba ésta junto al  mencionado maestro Hermoso refiriéndole sus proyectos con el barítono Aristi, a cuya compañía pensaba unirse al llegar a Buenos Aires. Cuando la situación resultó ya insostenible y el agua lo inundaba todo, Lola Millanes suplicó al compositor que le dejara su revólver "para abreviar con el suicidio la lenta pero inevitable agonía". "Los detalles del naufragio del trasatlántico Sirio, acaecido en Cabo de Palos en la tarde de anteayer,  sin causa alguna que lo hiciera temer ni sospechar, y debido sólo a criminal abandono o imperdonable impericia del capitán del buque, son aterradores,  tanto,  que sólo por un esfuerzo supremo de voluntad, a la que sirven de acicate los deberes que con el público tenemos contraídos, quizás podamos referirlos, sobreponiéndonos a la impresión hondísima que aún nos embarga."