LA CATÁSTROFE DEL TRASATLÁNTICO SIRIO
VISTA POR LA PRENSA
(El
Mediterráneo
de Cartagena. 6 de agosto de1906.)
Algunas victimas del naufragio
El naufragio fue presenciado por varios buques mercantes, los cuales, triste es decirlo, contemplaron impávidos aquel horrible espectáculo sin enviar auxilios a aquellos desgraciados. Tan incalificable conducta, contrastó con la observada por el patrón y tripulantes del pailebote Joven Miguel, de la matricula de Cabo de Palos, y que regresaba de Denia (Valencia). Inmediatamente hizo rumbo al lugar dela catástrofe y, no obstante la mucha mar que dificultaba extraordinariamente la maniobra, llegó muy cerca del buque naufrago, arrastrando infinidad de náufragos y salvando de las garras de la muerte seiscientos náufragos encerrando a la mitad de ellos en la bodega y teniendo necesidad de sacar un revolver para imponerse y evitar el hundimiento del pailebote que sufrió averías de mucha consideración. Parte eficacísima en el salvamento tomaron también el laúd Vicenta Llicano, dela matrícula de Ibiza, que recogió bordo unos 94, la barca de pesca El Cristo, de la que es patrón el viejo marino José Salas Martínez (Tío Potro), que salvó a 65, los cuales condujo a la isla de las Hormigas, otro laúd patroneado por Manuel Ruda, salva a 8 y transportó 7 cadáveres, el bote de pesca Virgen de los Ángeles, de Pedro Llorca, condujo tres náufragos desde la isla de las Hormigas Cabo de Palos, el laúd Joven Vicente de Bautista Buigues salvó trece, y algunas otras embarcaciones cuyo nombre no recordamos, lograron extraer con vida del mar a numerosos náufragos. Vicente Buigues Hemos de hacer mención por separado, de este bravo marino, que con grave riesgo de su propia vida y dejándose llevar de sus humanitarios sentimientos, no vaciló en prestar auxilio los que perecían en titánica lucha con el mar, sin importarle nada las averías de su pailebote, que amenazaba sepultar en las aguas a aquellos valientes y generosos salvadores, que con un heroísmo grande, no descansaron un momento en su hermosa y caritativa obra, siendo acreedores, no solo la gratitud eterna de cuantos arrebataron a la muerte, sino también los elogios de todas las personas de buen corazón y de nobles sentimientos. Vicente Buhigues, luchando con el levante que reinaba y con los escasos medios de que disponía, y salvando de perecer ahogados tantos desgraciados, se ha hecho merecedor de cuantos plácemes se le tributen en la seguridad de que nunca serán bastantes, para alabar su heroica acción.
Pintura del Sirio embarrancado
En Cabo de Palos, las muchas
personas que actualmente veranean, en esta
encantadora playa, presenciaron el naufragio del
Sirio, preparando inmediatamente auxilio y dando
aviso telefónico esta ciudad. Los náufragos
llegaron a la playa de Cabo de Palos,
completamente desnudos y en un estado de
abatimiento y postración que producía una
impresión dolorosa. Apenas ponían el pie en
tierra ya los veraneantes, se los disputaban, alojándolos
en sus propias casas y repartiéndoles ropas y víveres.
Entre las muchísimas personas que se
distinguieron en esta obra caritativa, figura el
ex ministro Excmo. Sr. D. Juan de la Cierva, el
Juez Municipal de La Unión en funciones de
instrucción don Enrique Díaz Arroniz, y los señores
don Jacinto Conesa, don Juan Julián, don Juan y
don José Oliva, don Ponciano Maestre, don Vicente
Díaz Arroniz, don Juan Sole, don Francisco Sánchez
Olmos, don Antonio Zapata, don Tomas Asensio Galbán,
farmacéutico de La Unión, que prestó grandes
servicios, con el botiquín que tiene en esta
playa, don Gregorio Carvajal, don Lucas Urrea, don
Jerónimo Ruiz y Don Antonio Clemares Valero.
Las
víctimas es totalmente imposible, a la hora que
escribimos estas líneas, saber con certeza el número
completo de las víctimas de esta tremenda catástrofe.
Sin embargo, por los que se han salvado, pueden
calcularse las víctimas en unas 300, contándose
entre ellos el Obispo de San Pablo del Brasil,
Barros, y la aplaudida tiple Lola Milanés,
conocida de este público, pues había actuado en
nuestro Teatro Circo, hace tres años, en la
temporada de invierno. En Cabo de Palos han sido
recogidos ocho cadáveres, uno de ellos el de una
preciosa niña de rubios cabellos y rostro bellísimo,
que conmovió a cuantos la vieron. Los que se han
salvado son muchos, en esta ciudad se encuentran
unos cuatrocientos, que se alojan en el Teatro
Circo y en todas las fondas y posadas por la del
Consulado italiano. Entre los salvados, están el
Arzobispo de Para (Brasil) Monseñor Marcondes; el
Cónsul austriaco en Río Janeiro, don Leopoldo
Politzer, que ha perdido veintisiete mil francos;
el maestro director de ópera, Mr.Eberna; el tenor
Maristany y su hermana; el maestro Hermoso,
director de la banda del Hospicio de Madrid y el médico
italiano Franza.
Relato
de un testigo a la llegada Cabo de Palos, de los
expedicionarios de esta ciudad, tuvimos ocasión
de hablar con una persona de las que presenciaron
el naufragio. He aquí lo más esencial de sus
manifestaciones:
A
las cuatro y cinco de la tarde, del sábado,
fuimos alarmados todos los veraneantes, por el
silbato de un vapor que pedía auxilio. Nos
marchamos a la playa, desde donde divisamos
perfectamente al SO. de la isla de las Hormigas y
poco más de una milla de la misma, un buque de
alto porte, sumergido por la popa y dejando al
exterior la proa y chimeneas. En un bote nos
trasladamos al lugar de la catástrofe,
contemplando de cerca el horrible suceso. Junto al
buque náufrago se encontraba el pailebote
Joven Miguel el cual se había amarrado la
banda de babor y unos quince metros del mismo,
trabajando su tripulación sin descanso, y
consiguiendo sacar con vida a seiscientos náufragos,
gracias a su auxilio casi providencial, no han
perecido todos los pasajeros del
Sirio pues aquí no se disponía de medios
ningunos y además el levante era bastante fuerte.
Alrededor del buque náufrago, flotaban infinidad
de cadáveres, muebles, y ropas destruidas en las
horribles agonías sufridas por aquellos
desdichados. En un pequeño bote, combatido
tenazmente por las alborotadas olas, don Jacinto
Conesa, el popular ex alcalde de La Unión, se
multiplicaba pora tender todos los que pedían
auxilio, no cesando un momento en su heroica
empresa y sacando a flote varias mujeres y niños
que se ahogaban. En nuestro barco, recogimos ocho
cadáveres y doce supervivientes, los cuales ofrecían
un lamentable aspecto, y no cesaban de llorar,
pidiendo gritos que les dejásemos buscar las
personas de su familia, cuya suerte ignoraban. El
cuadro aquel era tristísimo y nos emocionó en
extremo, no pudiendo impedir que las lágrimas se
agolpasen en nuestros ojos.
EL
ECO de Cartagena. 6 de agosto de 1906
Tras
el impacto, muchos pasajeros se vieron en el suelo
del buque sin tener apenas conciencia de lo
sucedido. El pánico comenzó a apoderarse de los
viajeros, en general desconocedores del mar y en
ningún caso instruidos para una situación de
emergencia.
El Sirio al día siguiente de la tragedia.
Primero
fue un golpe seco que levantó la proa del buque
y la hizo salir del agua. Luego fue un gran
chirrido, un estruendo ensordecedor ocasionado por
las planchas del fondo que se abrían y retorcían
contra la
superficie de la piedra del Seco de Fuera. En la
sala de máquinas y cuartos de calderas el
personal de guardia no tuvo la menor opción de
salvarse. Murieron aplastados por las planchas del
fondo que se abrían a sus pies y la tromba de
agua que entraba a toda velocidad. Durante unos
segundos el Sirio quedó completamente frenado,
inmóvil en un equilibrio inestable sobre las
aristas de la piedra en la que había
embarrancado. La mayor parte de los pasajeros cayó
al suelo debido a la colisión. Algunos gritos de
sorpresa, al principio, rompieron el silencio que
siguió al brutal choque. Se oía crujir la
estructura del buque. De algún lugar en las entrañas
del Sirio brotaban
chorros de vapor de agua que afloraban por varias
grietas aparecidas en las cubiertas de popa. Y
entonces sobrevino la explosión. Las
calderas del trasatlántico italiano
estallaron destrozando las cubiertas de pasaje
sobre ellas ubicadas y sembrando la muerte entre
los emigrantes.
En
escasos cuatro minutos, un tercio del buque quedó
completamente sumergido en las aguas por su popa.
Aprovechando el revuelo general, el capitán
Piccone y sus oficiales - únicamente el segundo
piloto permaneció en la nave hasta el final-
fueron los primeros en abandonar el Sirio, en un
bote salvavidas, dejando a los pasajeros del vapor
abandonados a su suerte. Algunos miembros de la
tripulación de despojaron de sus uniformes para
confundirse con el pasaje y salvarse más fácilmente
o evitar un posterior reclamo de la justicia.
Intentaron
los viajeros ponerse a salvo pero, al no tener a
nadie que organizara la maniobra, les dio por
correr como locos por todo lo largo y ancho del
buque, apresados por la confusión y el terror.
Muchos de los que se encontraban en cubierta
quedaron atrapados por los toldos que les protegían
del sol. Sollozaban los niños, gritaban las
mujeres, maldecían los hombres y oraban los clérigos,
pero todos intentaban huir de la fatalidad sin éxito.
A
bordo del buque iban dos obispos, algunas monjas y
varios frailes carmelitas. Cuando se desencadenó
la catástrofe, uno de los obispos comenzó a
bendecir a los pasajeros que encontraba a su paso,
mientras los demás religiosos, hincados de
rodillas en el suelo del barco, suplicaban a Dios
piedad y socorro. Cuando el clérigo se encontraba
bendiciendo a una desconsolada viajera que hubo de
salir a medio vestir, el agua comenzó a inundar
aquella zona del barco y los pasajeros se iban
lanzando al agua como podían: unos con
salvavidas, otros sin él. Llegó el turno del
obispo y se dispuso éste a arrojarse al agua
ayudado por una cuerda y un salvavidas que pudo
colocarse cuando, por un movimiento del barco o
quizá por una vía de agua, saltó el obispo
hacia una parte y el salvavidas para el lado
contrario, que no fue otro que a las manos de un
pasajero argentino que, al no saber nadar, se las
daba ya por muerto. Contó horas más tarde uno de
los supervivientes del naufragio que, en aquellos
momentos de terrible apuro, observó a un joven
fraile que mientras se agarraba con una mano a una
cuerda del vapor -"y llegábale el agua hasta
el cuello"-, bendecía con la otra a cada uno
de los náufragos que, ante sus ojos, desaparecían
bajo el mar. Al cabo, cuando uno de los botes
pesqueros que participaron en el salvamento se
acercó hasta ese lugar e invitó al carmelita a
subir, éste se negó objetando: "Más allá,
agarrada a una tabla, se ahoga una pobre mujer con
un niñito en brazos. Salvadla a ella, que yo aún
puedo nadar un poco más ". Entre los
pasajeros del Sirio se encontraba una joven pareja
italiana de recién casados. Aquella tarde habían
estado en su camarote y acababan de subir a
cubierta cuando notaron "como un golpe seco y
profundo" al tiempo que una fuerte sacudida
daba con ellos en el suelo. Entre el desconcierto
que siguió al embarrancamiento del barco vieron,
entre otras escenas, a un hombre que, ajeno a las
idas y venidas, a los gritos y a las carreras de
los demás pasajeros, sacaba tranquilamente su revólver
y se disparaba un tiro en la sien. En ese momento,
al ver que una barca se acercaba hasta el
arruinado vapor, la joven pareja se arrojó al
agua. Junto a ella flotaban varios cadáveres de
mujeres, hombres y niños. La esposa, llamada Brígida
Morelli, consiguió agarrarse a uno de los cabos
lanzados por la barca, pero no volvió a saber
nada de su marido.
Viajaban
aquella tarde de agosto en el Sirio varios
artistas de renombre en la época: los directores
de orquesta, maestros Eberna y Hermoso, el tenor
italiano de ópera Maristani -estos tres
sobrevivieron al naufragio-, o la popular tiple cómica
Lola Milanés. En el momento del choque se
encontraba ésta junto al
mencionado maestro Hermoso refiriéndole
sus proyectos con el barítono Aristi, a cuya
compañía pensaba unirse al llegar a Buenos
Aires. Cuando la situación resultó ya
insostenible y el agua lo inundaba todo, Lola
Millanes suplicó al compositor que le dejara su
revólver "para abreviar con el suicidio la
lenta pero inevitable agonía". "Los
detalles del naufragio del trasatlántico Sirio,
acaecido en Cabo de Palos en la tarde de anteayer, sin causa alguna que lo hiciera
temer ni sospechar, y debido sólo a criminal
abandono o imperdonable impericia del capitán del
buque, son aterradores,
tanto,
que sólo por un esfuerzo supremo de
voluntad, a la que sirven de acicate los deberes
que con el público tenemos contraídos, quizás
podamos referirlos, sobreponiéndonos a la impresión
hondísima que aún nos embarga."